El balneario de los caramelos
Agobiado por el infinito mar de tareas pendientes, con unos ojos, no rojos, sino ya ennegrecidos y carbonizados por aquella luz de la hoguera proyectora de sombras, se levantó solemnemente, y con la escusa de quien va a la tienda a comprar algo que no necesita, abandonó su puesto de trabajo y se puso a caminar hasta toparse con el paraíso. Supo que era así porque, cuando decidió doblar por aquella esquina, el camino hasta llegar allí se inundó con un aurea de seguridad y confiabilidad que se intensificó faltando solo un par de metros antes de su llegaba, era un espacio único, rodeado de superficialidad y fe. De repente se sintió perdido, y estuvo un buen tiempo tratando de encontrar el camino correcto. Solamente devolviendo la mirada hacia atrás fue capaz de ver las señales de la experiencia que le indicaban que debía retroceder un poco, pero que estaba en el lugar indicado. Una vez allí, fue recibido por uno de aquellos ángeles guía que te indican la zona de descanso y te ofrecen la