Una aburrida y para nada interesante historia sobre una vela.

Encender la velita más grande del mundo era uno de esos sueños que tanto anhelo tenía y que pude completar con satisfacción. Claramente para el lector, que hasta ahora se entera de mi hazaña, le resulte extraño no haber oído antes semejante noticia, la cual sin duda, debió haber sido, al menos, un hito que detuviera por un segundo al mundo. A mí también me asombró la pasividad con la cual se tomo esta noticia, sinceramente hubiera deseado un interés más grande dado la hazaña tan asombrosa que tuvo que realizarse; en fin, mi objetivo no es la fama sino mi satisfacción personal, por más, ahora tan solo me interesa plasmar las más humildes aventuras por las que hube de atravesar en la culminación de tan curiosa empresa, a continuación los detalles:

Los elementos necesarios para la fabricación de una vela son muy simples, tan solo se requiere de cera y una mecha. En mi caso, las cantidades debieron ser en proporciones enormes. Lo menos complicado fue la mecha, hubo necesidad de comprar varios kilómetros de soga y enrollarlos con ayuda de complicados artilugios caseros. Ya se imaginara el lector la magia que se puede llegar a construir con una mezcladora de cemento vieja, cinta metálica, dos noches sin dormir y un cuchillo viejo de cocina.

Si, tengo que admitirlo, yo fui el culpable de que aquel año el valor de las velitas incrementara de manera exorbitante, prácticamente acaparé todo el material disponible en el país. En el momento en tuve en mi poder aquella inconmensurable cantidad de cera, y con ayuda de varias tablas de madera, construí la columna principal de la vela de manera acostada, pues era tan alta que, ni usando todas las cajas del rey para llegar a la luna, hubiéramos accedido a su punta. 

Ahora lo más complicado, derretir y dar forma a millones de velas dentro de nuestro molde gigante, me era imposible supervisar todo, varios bromistas pusieron diferentes fuegos artificiales a lo largo de la estructura, los cuales explotaron y destrozaron la plataforma sobre la cual ardía aquella vela. El suelo quedó cubierto de varías gigantes gotas de cera, que como es bien sabido, desaparecen solas gracias a los niños que se las llevan para sus llamaradas. A lo mejor, uno de aquellos infantes, habrá construido la llamara más grande del mundo, sin duda una hazaña bastante extraña ya que nunca se ha escuchado nada parecido, semejante noticia debió haber sido, al menos, un hito que detuviera por un segundo al mundo. Estoy seguro que a su creador le hubo asombrado la pasividad con la cual se tomaron esa noticia, es más, debió haber deseado un interés más grande dado la hazaña tan asombrosa que realizo; en fin, supongo que su objetivo no era la fama sino su satisfacción personal, por más, ahora mi único interés es finalizar el relato de estas humildes aventuras por las que atravesé en la culminación de tan curiosa empresa.





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